La obra de William Hogarth es fruto de su capacidad de observación y del
hecho de que la ciudad de Londres era el mejor laboratorio social del
continente. Así lo asegura el profesor de la Universidad de Cantabria Tomás
Mantecón, con motivo de la conferencia que pronuncia hoy en el Paraninfo, a las 19 horas,
dentro del ciclo programado por la institución académica para complementar la
exposición sobre al artista inglés. El edificio universitario acoge hasta el 15 de
agosto una colección de 154 grabados procedentes de la Calcografía Nacional, en lo que
constituye la exposición más importante sobre el pintor de las organizadas en España.
Durante su intervención, titulada Los bajos fondos de la sociedad inglesa en
tiempos de Hogarth, el profesor Mantecón repasa la literatura popular británica de
las baladas callejeras y, más concretamente, el subgéneo las historias criminales, para
analizar las series de grabados de Hogarth y comprobar en qué medida los personajes del
pintor eran ficticios o reales. El autor se caracterizaba por por una gran
sensibilidad social y capacidad de observación; era un tradicionalista que solía asistir
a las sesiones de la Gran Logia de Londres, y al mismo tiempo participaba en las reuniones
de una sociedad libertina llamada la Sublime Sociedad de Comedores de Vaca, explica.
Por otro lado, la capital británica era una ciudad en un proceso de intensa expansión:
la población de 250.000 habitantes de 1600 se duplicó al cabo de un siglo, para llegar a
los 900.000 en los últimos años del siglo XVIII.
El conferenciante expuso algunas de las historias reales de aquella época, que
permiten conocer la información que tenía el pintor al dibujar estos arquetipos
sociales. Los ejemplos de dos personajes, como Jonathan Wild y Jack Sheppard, que
acabaron en la horca, o como Tom Idle, creado por Hogarth, ofrecen una idea del complejo
universo social que era Londres, lo enormemente dinámica que era una sociedad tan joven,
las alternativas que se ofrecían a muchachos como éstos para pasar de la nada a lograr
acomodo económico y, de nuevo, caer a la nada o para convertirse en un héroe
popular. Según el profesor Mantecón, esto fue lo que le ocurrió a Sheppard,
visitado por aristócratas en su celda de Newgate, objeto de representaciones
teatrales ya en su corta vida y retratado por el propio suegro de Hogarth, Sir James
Thornhill, en el domo de la catedral de St. Paul.
En opinión del historiador, estas experiencias vitales desde los bajos fondos de la
sociedad londinense muestran los enormes contrastes existentes en la próspera capital
británica, con una joven población, una baja esperanza de vida (por debajo de los 37
años) y una muy polarizada jerarquía social. Londres ralojaba una sociedad muy
dinámica, llena de contrastes, capaz de consumir junto a los relatos de Defoe, Swift,
Mandeville o Huntcheson, los grabados de Hogarth y las baladas callejeras y panfletos de
todo tipo, asegura. Durante el siglo XVIII, la ciudad recibía 5.000 nuevos
habitantes cada año. Estos inmigrantes no sólo reponían aquellos jóvenes que devoraba
la ciudad, sino que engrosaban los barrios más populares de la urbe, precisamente
aquellos que alojaban a gentes como Wild y Sheppard, junto con irlandeses, escoceses,
galeses e inmigrantes rurales.
El profesor de la Universidad de Cantabria presentará algunas de las más conocidas
historias criminales populares de las calles de Londres en la época en la que el pintor
grabó sus más famosas series, y glosará la evolución de dos personajes de la serie Industria
y Pereza, Tom Idle (Tomás Perezoso) y Francis Goodchild (Francisco Buenchico), con
los que Hogarth muestra dos itinerarios de vida conducentes al fracaso y al éxito,
respectivamente, en la sociedad londinense.
El personaje de Tom Idle no tiene una lectura tan obvia como pudiera deducirse de
una observación precipitada de la serie de 1747, explica. Se trata del aprendiz que
sigue una trayectoria antisocial y acaba en la horca. Sin embargo, tanto él como el
aprendiz diligente, Goodchild, eran tan genuinos productos sociales
londinenses como los 1.242 jóvenes que fueron ajusticiados en alguna de las entre
cuatro y ocho jornadas anuales en las que se celebraban las ejecuciones. También lo eran
el propio Hogarth, un personaje tan esquivo como Defoe o Swift, como los propios Wild y
Sheppard o como el impresor Aplebee. Este último era capaz de editar las famosas obras de
Johathan Swift, al tiempo que textos fúnebres y los panfletos con que Jack Sheppard,
después de su última fuga de la prisión de Newgate, ridiculizaba la seguridad de las
prisiones británicas y satirizaba a los guardias que le habían custodiado allí.